Desarrollo
Compartido
En la
década de los setenta el presidente Luis Echeverría implementó el último intento
por revitalizar el estado populista. En lo económico las reformas estaban
destinadas a sustituir el modelo de estabilización; el estado debía fortalecer
su función de intervención para regular las desigualdades económicas y sociales
derivadas del desarrollo. La realización de dichas reformas exigía la
integración vertical de procesos sustitutivos de importaciones estimulando la
producción de bienes de capital e intentando resolver el déficit crónico de la
balanza de pagos que era una de la características inherente al modelo. Este
modelo se denominó "Desarrollo Compartido" y la pretensión
era que mediante un gasto público enorme y creciente se alcanzara una mayor
justicia social.
Entre
1971 y 1981 la economía mexicana creció a una tasa media anual de 6.7% en
términos reales y 3.7% por habitante. El motor del crecimiento fue, primero, el
déficit fiscal elevado y después el auge petrolero. El sector agropecuario
continuó perdiendo importancia en la producción nacional. La industria creció
ligeramente y su participación ganó dos puntos porcentuales. El sector primario
perdió a través del secundario.
El desarrollo
estabilizador llegó a la década de los setenta imponente. Crecimiento alto y
poca inflación. Para 1970, el gasto público comenzaba a crecer aceleradamente
en comparación a los ingresos. Así, a pesar de las políticas proteccionistas y
el tipo de cambio fijo, la demanda de importaciones aumentó gradualmente hasta
ocupar 9.7% del PIB mientras las exportaciones lo hacían en 7.7%, la balanza externa
necesitaba un ajuste.
En 1971
el país entraba en recesión. Se resquebrajó el sistema monetario de Estados
Unidos y era el momento adecuado para la libre fotación del peso,
lamentablemente se dejó pasar esa oportunidad por temores inflacionarios. El
PIB dejaba aquellas tasas de crecimiento espectacular. La posibilidad de
revueltas sociales por los problemas políticos y ahora por la situación
económica estaba latente; había que virar la política económica usada.
El presupuesto
público creció como nunca con la esperanza de revitalizar la economía. El
destino fue gasto de capital pero sobre todo, gasto corriente. Se observaron
altas tasas de crecimiento en el gasto gubernamental, de 21% en 1972, y en la
cantidad de dinero en circulación. Estas reformas se aplicaron cuando la
economía había recuperado ya el desempeño ascendete, de esta manera muchos
indicadores no se vieron alterados. La inflación fue de 3% y el PIB aumentó 8%.
Los
programas que se adoptaron cubrían una enorme gama de actividades. Existía, por
ejemplo, la Comisión Nacional de las Zonas Áridas. Estos proyectos fantásticos
y, como se puede suponer, de completa inutilidad, costaban grandes cantidades
al erario. Si se suman los recursos desperdiciados en comisiones, institutos,
secretarías de estado, empresas paraestatales y programas fallidos que
emprendió la banca de desarrollo, se llega a la debacle financiera con la que
cerró el sexenio de Echeverría. La ingeniería social manejada por la burocracia
es una forma sumamente ineficaz de atacar cualquier problema social,
particularmente la pobreza. Las instancias que han fracasado son muchísimas y
todas ellas han conllevado un elevado costo para la sociedad.
En 1973
se pensó en reformar la estructura especial, era lo adecuado, pero la
iniciativa privada se opusó tajantamente y no se concretó. Ese año las
inversiones públicas crecieron más de 33% y el gasto lo hizo en 23%. La
estrateia de expansión monetaria se repensó y aumentó el encaje legal, se
necesitarían entonces créditos externos. Los siguientes años el PIB creció cada
vez menos, en comparación con el año inmediato anterior, la balanza de pagos
siguió deteriorándose, la inflación aumentaba.
Las
transformaciones referentes al sector externo serían muy poco diferentes a las
anteriores. En 1971 fue creado el Banco de México destinado a constituirse en
el soporte de la industrias exportadoras. Ya desde los años sesenta se habían
tomado medidas económicas liberalizadoras tales como el Pacto Automotriz que tenía
un carácter regional (General Motors, Ford y Chrysler) y el Programa de
Industrialización Fronteriza que transformó a los Estados más próximos a EEUU
en zonas de libre comercio destinadas a la exportación representadas
preferentemente por la industrias. Ello era fortalecido por el rol central de
estado. La apertura económica de los estados fronterizos para el comercio y la
inversión externa representó una ruptura y el inicio del fin de la adhesión de
México a los principios del modelo de sustitución de importaciones. La nueva
liberalización significó la extensión al país del programa de las industrias
maquiladoras que desde la década de los sesenta había estimulado el desarrollo
de la manufactura de enclave para la exportación. A pesar de todo esto, el tipo
de cambio se sobrevaluó 50% entre 1970 y 1975. Continuaron las importaciones y
las exportaciones seguían aletargadas, incluso con incentivos fiscales. El
empeoramiento de la balanza comercial originó que desde 1974 se establecieran
controles adicionales a las importaciones, para 1975 todo necesitaba permiso de
importación.
La
sobrevaluación y las tasas de interés negativas producirían tarde o temprano un
ajuste cambiario. El problema de la política económica, según Leopoldo Solís,
que desencadenó la crisis de 1976 fue la incopatibilidad entre el número de
objetivos y el número de instrumentos de política planteados desde un inicio.
Mientras que en el desarrollo estabilizador se contaba con tres objetrivos de
política económica ( crecimiento económico, estabilidad de precios y
estabilidad en la balanza de pagos -tipo de cambio fijo- ) y tres instrumentos
(nivel degasto público, controles monetarios y endeudamiento externo) durante
el desarrollo compartido la presidencia agregó la distribución del ingreso sin
contraparte como instrumento. Más allá de observaciones tan puntuales, el
problema era estrucutural. El aparato productivo no estaba trabajando de manera
eficiente, no era competitivo, había desperdicio y existía desfase, no hubo
coordinación entre las principales variables macroeconómicas.
Lo
ocurrido en el sexenio de Echeverría fue que el desbordado gasto público empezó
a generar presiones sobre el equilibrio presupuestal que eventualmente se
volvieron inmanejables. Una finanzas públicas sanas eran la condición
indispensable para preservar un tipo de cambio estable lo que, a su vez, era la
clave en aquella época para mantener una inflación reducida. Estas condiciones
fueron las que generaron durante el Desarrollo Estabilizador una elevada
inversión pública y privada que permitió alcanzar y sostener tasas de
crecimiento económico arriba del 6 porciento en términos reales.
Al
financiar el desorbitado gasto gubernamental de cualquier manera, Echeverría y
José López Portillo incurrieron en una creciente deuda tanto externa como
interna y, en este último caso, bien pronto empezó a crecer el crédito del
Banco de México al gobierno, con las consecuentes presiones sobre el tipo de
cambio que eventualmente estalló, engendrando una inflación que casi llegó al
100 por ciento.
A
mediados de la década de los setenta el deterioro del crecimiento económico y
de la pérdida de efectividad en los programas de desarrollo se hizo evidente.
Ello intentó ser compensado con la prioridad otorgada el sector exportador, el
apoyo estatal para la financiación de programas de irrigación en la región
norte del país, la reducción tributaria, el aumento del crédito y de la
asistencia técnica. La deficiencias estructurales, tanto del sector industrial
como agrícola, se vincularon a la crisis financiera y al deterioro de la
balanza de pagos. El déficit fiscal aumentó significativamente, la
sobrevaluación del peso en los años setenta, el crecimiento constante de la
inflación, la fuga sistemática de capitales y la disminución de las importaciones
crearon el inicio de una prolongada crisis. La soluciones que se aplicaron
estaban basadas en medidas financieras de corto plazo, a partir de la
utilización de los recursos del mercado financiero internacional que no fueron
destinados a resolver los problemas estructurales de la economía. El
descubrimiento de petróleo en la bahía de Campeche alimentó las falsas
esperanzas sobre la efectividad de las medidas. El período entre 1978- 81
otorgó al sistema mexicano una nueva posibilidad basada en el crecimiento
espectacular del precio del petróleo en el mercado mundial.
En
términos generales, las importaciones crecieron al doble que las exportaciones
lo que refleja el agotamiento del sistema de sustitución de importaciones. El
PIB creció pero a cifras más discretas que en años anteriores. El campo reflejó
como nunca antes la decadencia y eso significó que dejara de ser la fuente de
financiamiento tradicional de las exportaciones por lo que se incrementó la
deuda externa, como se ve en el último renglón. Se observaban también
incrementos importantes en la cantidad de moneda en circulación, de 20%. La
inflación ya estaba controlada y se desataba a cifras de dos dígitos. Fue el
periodo, dentro de los diez años siguientes, donde la recaudación y sobre todo
los gastos crecieron en mayor proporción. http://www.youtube.com/watch?v=HIhLjbEdc9s&feature=player_embedded
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